Eva cambió la señal

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Viento, una ilustración de Fito Espinosa

«Eva no quiere ser para Adán la paridora pagada con pan. Eva prefiere también parir, pero después escoger dónde ir» recita el trovador cubano Silvio Rodríguez en una de sus canciones. Después de ver «Casa de muñecas», la obra teatral de Henrik Ibsen, que se presenta estas semanas en el teatro La Plaza, uno descubre que Nora, la protagonista, es la Eva que describe esta trova, aquella que decide dejar de ser costilla para salir a remontar el vuelo.

Para su padre, Nora era su muñequita. Él jugaba con ella como ella jugaba con sus muñecas. Luego, pasó a las manos de su esposo. Diez años vivió pensando que era feliz, pero en realidad no lo era, solamente era alegre. Nora, la mujer débil, subordinada, servicial y obediente que vive para hacer feliz a su familia. Torvaldo, el hombre de la casa, el dueño del circo, el único que cree tener honor y cerebro, el que se alucina rescatar a su dulce pajarito cantor de las manos de una bestia horrorosa. El hogar que construyeron siempre fue una casa de muñecas. Ir a una fiesta, seleccionar la vestimenta, cómo comportarse, la rutina diaria, los amigos. Todo era controlado por el hombre, el jefe de casa. En cuestiones de dinero, también. Ella no poseía autoridad alguna. Y sus hijos se convirtieron en sus nuevos muñecos.

«Casa de muñecas» fue estrenada a finales de 1879; sin embargo, aún hoy, los problemas que plantean siguen vigentes. ¿Cuántas Noras y Torvaldos conocemos actualmente? La sociedad cree que Nora no hace nada serio. La creen insignificante. Y lo es, aparentemente. No obstante, un brillo misterioso en su rostro la delata. Ella es consciente de su situación y del rol falso de mujer perfecta que sobrelleva día a día. Encima de todo, tiene de qué alegrarse, pues fue ella quien salvó de morir a su esposo, aunque casi nadie lo sepa.

Poco a poco, Nora, la Eva de esta historia, empieza a ver las cosas sin velo. Comienza a mirarse como un ser humano, el reflejo del rol de mujer perfecta se desvanece. Ya no cree que ser una buena madre y una esposa complaciente son sus únicas responsabilidades. Se da cuenta de que no sabe nada, empieza a descubrirse, atraviesa una metamorfosis. Descubre que, por encima de todo, es un ser humano  que necesita pensar por sí mismo para sacar sus propias conclusiones. Ahora, su única certeza es que tiene una opinión diferente a la de su esposo, Adán.

Nora decide cambiar la señal. La determinación que toma al final resume el ejemplo de lo que significa definirse, por encima de todo, como un ser humano. «Eva se enfrenta al qué dirán firme al timón como buen capitán, Eva deja de ser costilla» dice la canción de Silvio Rodríguez. Nora lo hizo. ¿Y nosotras, las mujeres de ahora? ¿Algún día nos atreveremos a mirarnos a nosotras mismas? Y es que todas llevamos dentro una Eva que quiere dejar de ser costilla para remontar el vuelo. No solamente Nora vive en una casa de muñecas; nosotras también. Por momentos, a veces inconscientemente, asumimos el rol de «muñequitas». Esta vez, no dejaremos que nos corten las alas. Al igual que Nora, la Eva que llevamos dentro proclama que «nadie poseerá este cuerpo de lagos y volcanes, esta mezcla de razas, esta historia de lanzas; este pueblo amante del maíz, de las fiestas a la luz de la luna; pueblo de cantos y tejidos de todos los colores». (Fragmento de la «La mujer habitada»-Gioconda Belli)

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